Las campanas de mi pueblo eran, por el decir de la gente, las mejores de la región y aún del estado. Tenían un sonido especial, sobre todo una, la cual inexplicablemente, desapareció por obra y gracia de uno de los párrocos en turno, dejándonos sin nuestra preciada reliquia.
¡Las campanas de los templos, vigías impacientes de los pueblos!
Lo armonioso de sus repiques deleitaba a propios y extraños, por lo tanto, eran el orgullo local y municipal
Nuestra Escuela Primaria "José Ma. Morelos y Pavón" vista desde el campanario, fotografiada por el Arq. Alfonso Guriérrez Mtz.
Hace tres décadas, así lucía el templo; después de que su torre fué derribada por el sismo de 1941. Fotografía proporcionada por el C. D. Hugo Rene Larios Trujillo.
Nuestra parroquia contaba también con una hermosa torre, la cual se apreciaba desde lejos a ir arribando a nuestra Villa. Desgraciadamente el temblor de 1941, que dejó graves destrozos, no le perdonó su majestuosidad y la echó abajo, para recordarnos por mucho tiempo que, ante los grandes fenómenos naturales, es muy poco lo que el hombre puede hacer.
A mediados de los 80's, el pueblo organizado encargó la construcción de la torre al Arq. Alfonso Gutiérrez Mtz.
En el tiempo de este relato, los campaneros oficiales eran, según el turno y el cura asignado: José María Valencia (Chemita) o Issac Larios (Chá). Entre los dos se entabló una pugna sana por ser el mejor. Las opiniones estaban divididas, unos a favor de Chemita, otros apoyaban a Chá y, como esto era de su conocimiento, a cual más se pulía para beneplácito de la gente.
La chamacada de una localidad pequeña, al no tener mucho en que divertirse, ni lugares de esparcimiento, hacen o inventan sus propios juegos o acciones, que muchas veces rayan en maldades no bien vistas por los adultos o terceras personas que salen perjudicadas.
Vista de la torre desde la calle Emiliano Zapata Sur
Resulta que tres pillos, en el buen sentido de la palabra, ya que se trataba de mozalbetes entre los once y doce años de edad, se encontraban sentados en una banca del jardín municipal, frente a la iglesia. ¿Qué hacían? . . . como de costumbre holgazanear e intercambiar ideas sobre cuál sería la maldad del día por hacer.
El Jardín, refugio dominguero de la familia Chinicuilense ¡Ah, si esas bancas hablaran . . . !
No se supo de donde salieron unas estopas de coco, lo que si fue un hecho es que éstas aparecieron como por arte de magia en las manos de los susodichos judas. La genial idea fue amarrarlas a los badajos de las campanas. Ni tardos ni perezosos, vigilando para no ser descubiertos en su hazaña, subieron al campanario, amordazaron los péndulos y, muy quitados de la pena, bajaron y se sentaron en la misma banca del jardín a esperar el resultado de su obra.
Llega la hora del rosario. Rápido llega también Chemita, que era el campanero en turno para cumplir su cometido. Jalón y jalón a la cuerda del badajo y las campanas guardaron silencio. Como estaba medio oscuro, Chemita no veía ni comprendía que sucedía. Bajó del campanario, corrió a su casa, regresó con una lámpara de mano, subió de nuevo y, al darse cuenta del motivo por el cual nuestras famosas callaban, soltó una mentada de madre que retumbó en el escenario.
¡Como emergido de las entrañas de Chinicuila, protegido por las faldas del Cerro de la Mesa! Así luce nuestro templo en la actualidad. Fotografía: Arq. Alfonso Gutiérrez Mtz.
Bajó lanzando chispas de coraje. Al salir a la calle, encuentra al Sr. Cura que le dice:
_ ¿Qué pasó José María con las llamadas para el rosario?
_ Venga a ver las chingaderas que le amarraron a los badajos. Raza cabrona que no tiene otra cosa que hacer o en que divertirse. Pero tengo que saber quienes fueron y me las van a pagar esos hijos de tal por cual.
Sacristán y cura suben a la torre, mientras los malhechores desaparecieron como por encanto, quedando este agravio en el misterio, por lo menos el tiempo suficiente para que el sacrilegio quedara impune.
Tomado fielmente del libro del Profesor Ramiro Alcántar Serrano. Mi Pueblo. Villa Victoria. Alcántar Editores. Colima, Colima. 1ª. Edición. 2003.
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