Chinicuila
Receptor. Detrás de los personajes hay historias fascinantes, mucho más allá del deporte. Chinicuila del Oro es una de ellas, un lugar que jamás se olvida.
Jueves, 1 de Marzo de 2007 a las 14:37 hrs.
La memoria de un hombre parece imborrable cuando se trata de recordar al padre. Más aún, cuando éste fue emboscado en una trampa horrible.
México en los años 20 era un país convulsionado. Aún se pretendía contabilizar el número de víctimas del movimiento revolucionario. Más de un millón de caídos, debido al cacicazgo y la venganza de los líderes de entonces.
De 1926 a 1929, otro conflicto, la Guerra de los cristeros provoca la muerte de por lo menos 150 mil personas. El fanatismo religioso, que llegaba a límites de fundamentalismo, dividió a las familias. Así habría que sobrevivir, sin el padre que guiara a los 16 hijos, huérfanos.
Chinicuila del Oro era un pintoresco pueblito enclavado en la Sierra Sur de Michoacán, casi a los límites con Colima. Nombre tarasco que posteriormente nombrarían Villa Victoria. Para llegar allí, sólo a caballo. En medio de la vegetación, la vida era otra.
La zona era controlada, dominada por un sacerdote fanático. Guanajuato y Jalisco habían sido aplastados por el movimiento. Pero en Chinicuila el cura, de apellido quizá Martínez, arribaba a caballo, “Viva Cristo Rey” era su grito y ordenaba encerrar a todo el pueblo. Un niño de 5 años entonces recuerda que era la señal para esconderse.
De 1928 a 1932, Cárdenas ocupó la gubernatura de su estado natal. Tenía entonces 32 años y contaba ya con los blasones de general de división. Sin saber a ciencia cierta lo que le deparaba el futuro político, su administración transformó a Michoacán. Reorganizó las fuerzas políticas en pugna y las unificó; impulsó campañas para desfanatizar a la sociedad y erradicar el alcoholismo. Recorrió todo el estado simplemente para escuchar a la gente, para conocer de cerca su pensamiento, sus carencias, su dolor. Por encima de cualquiera otra, la mayor de sus cualidades fue la de escuchar.
En aquel entonces requería que alguien del pueblo lo apoyara a llevar una carta, un indulto al Coronel Romo. Nadie se atrevía por la presión del cura. Hubo un voluntario, Benigno, que lo primero que hizo fue llevarse a su familia a Colima. Ser mensajero del General no lo hizo por dinero. Sintió que era su obligación para salvar la vida de los militares. Él conocía muy bien la zona.
Benigno no pertenecía ni al gobierno ni a la iglesia. Partió a su misión, una noche salió por el río nadando, necesitaba avisarle a la gente del Coronel Romo que los iban a acabar. Se topó con cuerpos colgados por todos lados. Sin embargo, evitó que se incrementara la masacre.
A los cinco años un niño tiene poco conocimiento político. Pero hay momentos que nunca se olvidan. El General Lázaro Cárdenas llegó a su casa, se puso en cunclillas alrededor de un comal y compartió con los lugareños los alimentos. El tata Lázaro tenía mucha facilidad para convivir con todos.
“Necesito que lleves esto al Coronel Romo” solicitó, era un indulto a cambio de la rendición de sus tropas. Pero sabía que el cura de la zona lo podría atrapar. Benigno dijo: “General, si no regreso encárguese de mi familia”, esposa y 16 hijos. “No te preocupes, yo voy a ver por ellos”.
No lo volvieron a ver nunca.
La esposa de Benigno fue a buscarlo, embarazada, acompañada de su primogénito, con riesgo de que los matarán. Un cristero los alcanzó en medio en la tarasca, “no vayan, es una trampa, los van a agarrar”, y declinaron continuar.
Entonces fueron a ver a Cárdenas. “Ya es mucho tiempo, no lo encontramos”, como testigo casualmente el cura Martínez, “nosotros no lo hemos visto, si yo lo hubiera encontrado, lo traigo a manche en mi caballo” dijo cínicamente. Después supieron que él lo mandó fusilar, lo envolvieron en un petate y arrojaron al río.
Terminó la rebelión cristera. Años después, una hija de Benigno se mudó a la ciudad de México. En 1934 el General Lázaro Cárdenas es nombrado Presidente de México. La hija de Benigno buscó al Presidente, era fácil hablar con él, todos los días salía de la Residencia oficial de los Pinos a cabalgar por Chapultepec, solo, sin escoltas.
El Tata Lázaro mandó por todos los hermanos de la familia Licea Mendoza. Se inscribieron en el Internado Escuela hijo del Ejército #2 en Tacubaya. La esposa de Benigno fue contratada como costurera en la escuela.
El pequeño niño, de entonces 5 años, de nombre Jacinto Licea Mendoza, comenzó su trayectoria académica y deportiva. Sus logros en estas áreas, la contaremos en otras entregas.
“Gracias a mi madre, al General Lázaro Cárdenas y al Politécnico Nacional me hice médico” declara hoy orgullosos el Dr, Jacinto Licea Mendoza, Entrenador en Jefe de las Águilas Blancas del IPN.
A la Memoria de Don Benigno Licea Cuevas
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