Villa Victoria,Chinicuila Michoacán.: Historias Breves Mi tío Agapito

sábado, 10 de mayo de 2008

Historias Breves Mi tío Agapito

Historias Breves Mi tío Agapito

“Hay almas que sin temor alguno meten la mano a la vida para sacarle lo que tiene; y van por el mundo con la diestra abierta y el Corazón sin candado”.

Eva Soto

AGAPITO Godínez Oseguera era su nombre y hasta sus 103 años de edad, mi tío vivió en Villa Victoria, pequeño pueblo michoacano que aún hace pocas décadas, en tiempo de lluvias, quedaba incomunicado aún con Colima, la ciudad más cercana.



Desde joven conoció muchos oficios que fueron muy útiles en su vida. Aprendió mecánica, carpintería y cerrajería, -desarmaba y arreglaba pistolas y rifles-. Sabía de albañilería y tenía algunos conocimientos empíricos de ingeniería, a pesar de que ni siquiera llegó al sexto grado de primaria.


Hacía huaraches y hasta zapatos. Aprendió también los oficios de talabartería y sastrería; era muy diestro con la aguja, el hilo y las tijeras; manufacturaba desde balones de fútbol hasta chamarras y pantalones de tela y gamuza. Por lógica natural, su habilidad con las tijeras lo hizo ser también solicitado peluquero.


Si en el pueblo no había médicos, menos había dentistas. Así que cuando a alguien le dolía una muela, mi tío Agapito se la extraía. Al principio con pinzas comunes de mecánico, más tarde, al ver que aumentaba la clientela, compró instrumental más adecuado.
Su destreza y buen juicio eran tan reconocidos que pronto, y ante la total carencia de médicos, la gente humilde que enfermaba empezó a visitarlo para que los “recetara”. Él, siempre solidario, además de la medicina -muestras médicas que les regalaba- a veces también los ayudaba económicamente.


Un día el señor Salvador Sánchez, del vecino rancho La Paranera, le llegó con una tremenda herida en la frente de donde un gran pedazo de piel le quedó colgando, como pudo mi tío cosió aquel “colgajo”, pero al final le sobró una buena parte, lo cual resolvió simplemente cortando lo excedente.


En otra ocasión, una niña fue herida por una sola bala en su mano y boca. Las heridas se veían aparatosas pero no ponían en peligro su vida, así que mi tío le reparó muy bien sus destrozados dedos y en la boca le hizo la mejor cirugía plástica posible. La niña sanó y finalmente no quedó fea. Muchos años después, cuando ella era ya una joven señora, regresó al pueblo para darle las gracias a don Agapito por aquella afortunada curación.


Sin embargo, la prueba de fuego la tuvo una noche en que un hombre tocó a la puerta de su casa para solicitar su ayuda. ¿Qué te pasa fulano?, ¿por qué tanta urgencia? Entonces aquel hombre le dijo que en un pleito, su enemigo con un cuchillo le había abierto de un tajo la zona abdominal y por ahí se le estaban saliendo gran parte de los intestinos. El hombre ya se había quitado el sombrero y acercándoselo a su estómago, los había colocado dentro de él. Esa vez mi tío acostó al hombre y después de lavarse sus manos, acomodó de nuevo como Dios le dio a entender aquella maraña de tripas, luego con aguja y cáñamo, obviamente sin desinfectar, le cosió todo lo que creyó que debía ser cosido. Felizmente, aquel hombre sobrevivió muchos años a ese percance, por lo cual la fama médica de mi tío se fue a las nubes.


Un año antes de su muerte fui a visitarlo para que me platicara sobre su vida. Tenía 102 años y estaba mentalmente lúcido y físicamente muy sano, todavía comía los sabrosos y famosos chicharrones de la Villa con su infaltable Coca Cola. Se levantaba a las 5 de la mañana y caminaba mucho, después “trapeaba” el suelo de su casa. Unos días antes de mi visita y, a pesar de estar enfermo de gripe, personalmente había hecho una mezcla con cemento para reparar un piso. También me platicó que se había sacado un diente sin anestesia. Dijo que eso le dolió, pero que más le dolía el diente.
De sus dos matrimonios --quedó viudo en ambos-- tuvo 4 hijos. Durante muchos años y hasta su muerte, siempre tuvo lista su “caja de viaje”; un ataúd de madera color azul y con un visor de cristal. Lo tenía en su recámara y mientras no lo necesitó, guardaba dentro de él numerosos libros, que tuvieron que ser removidos el año 2005 para darle el merecido espacio y descanso a aquel hombre tan extraordinario y querido por todos los que tuvimos la suerte de conocerlo y tratarlo.


De las muchas cualidades que tuvo mi tío, tal vez las más admirables fueron su gran afán de servicio, un buen carácter y su filosofía para ser feliz; cuantiosa herencia espiritual que no podrá acabarse, pues mientras más se haga uso de ella, mayor será su beneficio y sus beneficiarios.


Autor: Ing. David Oseguera Parra.


Artículo enviado por Omar Reyes Godinez

1 comentario:

Anónimo dijo...

Buena remembranza de mi abuelo. Da gusto ver el cariño con el que se le recuerda en su pueblo a este gran hombre.
Hugo Godinez